viernes, 27 de abril de 2012

Pep Guardiola – Antonio Campos Romay

Pep Guardiola
El mundo del deporte pierde, es de esperar que de forma momentánea, un hombre no habitual en el futbol, ese escenario en el que se mueven pasiones e intereses económicos de forma desproporcionada. Un mundo que la testosterona suele hacer campo de batalla y en el que ha sobresalido Guardiola por su pulcritud y su peculiaridad marcando diferencia. Con una distinción natural que ha habilitado a maledicientes, que tanto abundan de oficio y más al servicio de intereses espurios, que trataron de convertir su elegancia en signo de afeminamiento.

Pep Guardiola “el niño” como le llamaban sus compañeros, procedente de la comarca del Bagés en la provincia de Barcelona, fue siempre dueño de una modestia que no le abandono en ningún momento. Un señorío que le hace  pertenecer por derecho propio a ese club selecto de grandes caballeros del deporte, que brillaron tanto dentro como fuera del campo.

Hombres que ejemplarizaron el futbol con su aptitud deportiva, sus conocimientos, su calidad humana y su liderazgo moral con capacidad de proyectarlo sobre sus compañeros recogiendo el respeto de sus coetáneos. Gentes que en tiempos distintos y escenarios diferentes tuvieron virtudes comunes como D. Roberto Ozores, D. Ricardo Zamora, Valerón, Mauro Silva, Mazinho, Menotti, Zidane, Miguel Muñoz, Laudrup, Quini, Miera, Iribar, Xabier “Bigotones”Azkargorta, Del Bosque etc., entre muchos otros que honran y dignifican el deporte.

Gentes que lucen y se reclaman más si cabe su presencia en momentos en que la virulencia se desboca especialmente por quien desde una altavoz cargado de gloria y tradición, ensucia lo poco que queda ya de noble en el futbol profesional convertido en pingüe negocio parapeto idóneo de especuladores y traficantes de ilusiones. Un lúgubre e insidioso personaje que hace de la treta oficio y de la artimaña vocación en la escuela mas descarnada del bilardismo, arribado en horas no muy felices a estas tierras donde ya los malos ejemplos y modales nos sobran sin necesidad de más personajes funestos.

Pep Guardiola jugó su primer partido en la División de Honor  frente al Cádiz en el Nou Camp allá por 1990. En poco tiempo ese mago del futbol que se llama Cruyff lo hizo director de orquesta del “Dream Team”, aquel equipo que enamoraba al futbol y a los aficionados al mismo. Formo parte del combinado olímpico español que conquistó el oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992. Luego participaría en cuarenta y siete encuentros de la selección absoluta. Pep sumaba su visión del juego con un excelente dominio en el toque de balón y elegancia en el campo.

Desde sus inicios mostró carisma, personalidad y una exquisita prudencia que simbolizan su carácter dentro y fuera del terreno de juego. Tras 11 años y con seis ligas ganadas dejó el Barcelona para un periplo en el extranjero no siempre afortunado.

En 2008 es llamado a entrenar el primer equipo del Barça, en sustitución del holandés Rijkaard. En su primera temporada  consigue  un triplete: la Champions, La Liga y la Copa. Hace al Barça el primer equipo en la historia de la Liga española en lograrlo.  En ese mismo año lograría completar cinco títulos siendo el primer entrenador en conseguir tal éxito en el periodo de un año. En su palmarés al dejar club quedan 13 títulos con la posibilidad del catorce si gana la próxima Copa del Rey, en apenas cuatro años.

Pero sobre todo queda atrás la imagen y el ejemplo  de un caballero del deporte. Un hombre sensato, que supo cultivarse al tiempo que practicaba el deporte. Que ennobleció el futbol aportando técnica, belleza plástica y calidad. Y que hizo que los frutos de “La Masia” fueran la espina dorsal de sus éxitos. Gracias Pep.